Mamá llegué

Mamá llegué

Por Prof. Ricardo Piñeyrúa

Alessandro Volta fue un físico italiano que desarrolló la pila en 1799, esa cosa que todos los días usamos y es parte de nuestras vidas sin darnos cuenta. En AFE hay una escultura de él que fui a conocer por curiosidad.
Mi abuelo, Florentino Campagna, bajó del barco con 18 años, un anarco comunista, no tuvo mejor idea que homenajearlo poniéndole su nombre a una de sus hijas, pero no eligió Alessandra, eligió Volta.
Nunca imaginó que la marcaba para siempre, transformándola en una fuerza inagotable de energía y seguramente haciéndola única, ¡quién más podía llamarse así!.

Volta recorrió la vida sin mostrar demasiado su corazón, dura, pero atenta a cada cosa que necesitábamos, sus abrazos eran el confort de la seguridad, cómplice, ocultando todo aquello que pudiese lastimar, escondiendo los conflictos, atenuándolos, mintiendo e intentando que nadie sufriese, tragando todo el dolor de una vida difícil que entre otras cosas le quitó un hijo, Darwin.
Era mi madre y hoy cumpliría 98 años. Murió tras anunciarnos que sus hermanas la llamaban y con un grito desgarrador llamando a Delia y Lira para que la llevaran.
Cuando pienso en ella, nos encontramos en una mañana de domingo, ella acomodándome el chaquetón y yo sintiendo el confort con mis manos en los bolsillos de franela, mientras me pone un chocolate en el bolsillo para el frío y me manda a misa.

Siempre me hizo sentir especial por haber nacido un domingo, como aquel libro de Bergman que me regaló años después, «Los niños de domingo».
Hoy entiendo sus miedos. Cuando yo era un joven, para muchos era demasiado comunista y para los comunistas demasiado pequeño burgués, porque me gustaba la noche, ir a bailar, tomar otra con los amigos, la charlas sobre el amor y como cambiar al mundo con Héctor en una esquina hasta el amanecer, pero también las pegatinas, estirar el amanecer hasta más no poder.
Pero siempre, al llegar a casa, tenía que recorrer el largo pasillo, prender la luz, entreabrir la puerta de su dormitorio y decir, “Mamá llegué” para que quizás al fin pudiera descansar.

Intuitiva, un día de verano en que estaba sola en aquel caserón de Luis de la Torre la fui a visitar, ya casado y con ms hijos nacidos, me contó que Darwin la había llamado y que venía en un par de semanas, para mí fue alegría, pero ella dijo “viene a morirse” no sabíamos nada de su enfermedad y fue así.
En el barrio la siguen recordando con el pañuelo en la cabeza, la pollera marrón, apoyada en la escoba como un bastón, arrastrando sus piernas, sufrimientos y años, barriendo las hojas interminables del otoño.
Con los años fue perdiendo el Volta y se transformó en Mamáma por designio de sus nietos, pero nunca perdió la energía que le dio aquel italiano y su invento de las pilas, hasta el último día fue el refugio de todos, de mis hijos y Graciela mi hermana.

Cada noche pienso en que tengo que recorrer el pasillo y encender la luz, entreabrir su puerta y decir “Llegué mamá”
A pocos días del 20 de mayo, muchas voltas siguen esperando que se encienda la luz del pasillo para escuchar la tranquilizadora voz de sus hijas/hijos y que digan “Llegué mamá”

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