Por Héctor “Tito” López (11/17)
El Cine de la Playa ha cumplido su última función, y como era de esperar fue muy especial. No se trató de la exhibición de alguna película, sino que se representó una obra muy semejante a un antiguo film de acción clase B, algo melancólico. El papel protagónico estuvo a cargo del propio Cine de la Playa o mejor dicho de lo que queda de él. Su actuación esperada con indisimulada impaciencia, tanto por los que ya lo consideraban un molesto estorbo, como por los que aún le recordaban con afecto, tuvo un final abierto, con alegría para muchos vecinos y marcada nostalgia para otros.
El guion fue redactado por vecinos e integrantes de la de Unidad de Playas, la que a su vez la produjo y dirigió la obra. Participaron en ella: ingenieros, arquitectos, funcionarios y rugiente maquinaria, que agregaron la imprescindible cuota de acción, que atrajo la atención de los espectadores.
El texto remarca el final de la larga historia del “Biógrafo Malvín” que tal era originalmente su nombre, cuando en 1927 naciera para reinar en las veraniegas noches de La Brava. Así 90 años atrás, con una precaria construcción en hierro y madera a nivel de la playa y el apoyo del vecindario, el “Biógrafo” impuso su presencia, desafiando a la arena al viento y al mar. A partir de 1944 y hasta 1992, pasó a llamarse Cine Auditorio Malvín, inaugurando una construcción con amplias escalinatas a dos niveles sobre la arena. La piedra y el ladrillo fueron los principales componentes de aquella cómoda estructura, que convocaba a disfrutar del cine al aire libre a vecinos y veraneantes.
Las funciones no podían ser más democráticas pues entonces, los que podían pagaban su entrada, otros miraban desde la vereda de la Rambla y los más se atrincheraban en la arena formando en ella huecos y respaldos para mayor comodidad. Era un lugar muy popular donde se reunían amigos y vecinos, siendo un clásico lugar de cita para los enamorados.
Más allá de la pantalla, la espuma de las olas marcaba la línea del mar en la playa y en el cielo las estrellas se dejaban ver en plenitud, creando un marco ideal para disfrutar, aquellas agradables noches estivales.
Durante muchos veranos el Biógrafo acompañó la vida del barrio, pero los años y las tormentas, envejecieron sus instalaciones, el tránsito vehicular y las luces de la Rambla; más los cambios en las costumbres, hizo disminuir la venta de entradas, determinando el fin del emprendimiento y relegándolo al olvido.
Pero el que no olvidó fue el mar, que nunca toleró la presencia del cine en su playa y le había atacado de continuo. Y en su momento, aprovechando la debilidad de la obra, fue por todo, golpeándola sin cesar hasta demoler la platea, dejando apenas y a punto de derrumbarse, la cabina de proyección y las escaleras
Ante un imposible retorno a aquellas felices épocas, llegamos a esta última función donde el histórico edificio, en medio de la indiferencia de aquellos que nunca vivieron su gesta, desaparecerá con su carga de historias, dejando sí una profunda emoción, que en alas del recuerdo, llegará a los que sí la vivieron.

