El último matrero

El último matrero

Por Hugo Bervejillo

                            La ley es tela de araña,

                            en mi ignorancia la explico:

                            no la tema el hombre rico

                            nunca la tema el que mande

                            pues la ruempe el bicho grande

                            y sólo enrieda a los chicos.

                                               Martín Fierro. José Hernández

“La ley debe alcanzar una vigencia práctica efectiva que satisfaga el natural sentido ético del hombre. Esto significa que la ley debe ser universal, regir pareja y ser observada por todos los miembros de la sociedad. Cuando el padre es sorprendido por el hijo en actitudes que violan la ley propugnada por él mismo, queda lisiado el proceso de aprendizaje de la centralidad. Si en una sociedad se descubren crímenes cometidos por autoridades policiales, militares o gubernamentales que son quienes promulgan y defienden las leyes, o cuando es vox populi que los influyentes se ríen de las normas, éstas pierden su peso”

                                      “El gaucho y la ley”, Norberto Ras (Carlos Marchesi editor, 1996, pag. 23)

Así, un día, Martín Aquino dejó de ser un muchacho trabajador y se encontró convertido en prófugo de la justicia por homicidio, y en ese carácter tuvo que enfrentarse a matar o morir, hasta que terminó muriendo por sí mismo, pero perseguido y rodeado por los representantes de la justicia.

El reciente libro de Walter “Serrano” Abella “Martín Aquino. El matrero” revela que la muerte que condenó a Aquino no era de su responsabilidad: un error médico y cierta voluntad de inculparlo le marcaron el destino y la fama de hombre “fuera de la ley”, simplemente porque era “orejano”, sin padre ni padrino ni caudillo, y ya no pudo vivir como el resto de los compatriotas.

Fue el último matrero.

Nacido en 1889, murió en 1917 con apenas 27 años.

En ese mismo 1917 empieza su carrera otro “último matrero”, pero en Pernambuco: Virgulino Ferreira da Silva, llamado “Lampiâo”.

Muy joven, vio asesinar a su padre por cuestiones políticas relacionadas con diferendos entre grandes terratenientes que hacían caso omiso a Jueces, Códigos y Reglamentos, y dictaban su propia justicia. Años después, Ferreira  escribió:”No confiando en la acción de la justicia pública porque los asesinos contaban con la escandalosa protección de los grandes, resolví hacer justicia por mi propia mano, esto es, vengar la muerte de mi padre”.

Fue cangaçeiro (nombre que deriva de cangaço : “cabresto”, por la forma de llevar los cinturones con munición alrededor del cuello) desde entonces, y tampoco pudo escapar a su destino de matar o morir hasta la última emboscada, en 1938, tendida por las fuerzas policiales.

(Los dos fueron traicionados: Nicomedes Olivera entregó a Aquino; a Lampiâo, un integrante de su grupo, apodado Volta Seca.)

Fueron los últimos: atrás de ellos entró en plena vigencia el siglo XX con sus leyes emitidas desde la capital y para todo el país, pero en las respectivas comarcas, los paisanos – herederos de los viejos códigos de valores de padres y abuelos-, mantienen viva su memoria y admiración. Ninguna calle los recuerda, porque permanecen en sierras, montes, pasos de arroyo, caatinga, sertâo: lejos de las ciudades.

                            (…)  Y fuiste la estampa más gaucha y airosa

                                      que en sueños las chinas miraron pasar,

                                      prendido a los flecos del poncho, el misterio

                                      ¡y al cinto el rumbero de la libertad!

                                                        Matrero”   Serafín J.García

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