Julio César Castro (Juceca) a 92 años de su nacimiento

Julio César Castro  (Juceca) a 92 años de su nacimiento

Un referente de la cultura. Nació el 6 de mayo de 1928 y falleció a los 75 años de edad un 11 de setiembre 2003. Escritor, dramaturgo, actor y comediante, conocido más por su seudónimo, Juceca.
A partir de 1958 inicia su labor de comunicador en la radio «El espectador» y colabora en varios medios de prensa nacionales y extranjeros: «Ya», «Misia Dura», «Marcha», «El popular», «El dedo», «Guambia», en Buenos Aires «El Porteño» y «Crisis». Su gran éxito es el personaje de «Don Verídico», con su pulpería «El resorte» y sus inigualables personajes El Tape Olmedo, la Duvija, Rosadito Verdoso y esa maestría para el humor absurdo mezclada con una veta profundamente poética que estrenó a principios de los años 1980 en CX 30 Radio Nacional, minutos antes de la audición de Germán Araujo.

Como dramaturgo fue autor de dos espectáculos unipersonales, ambos estrenados por Nidia Telles

El Desgano (Juceca)

Al desgano conviene matarlo de chiquito, por que si se lo deja crecer se le adueña del rancho, y dispués pa sacarlo te quiero ver escopeta.

Pa pior es pastoso y se va ganando por los rincones, y cuando uno quiere acordar le va empañando los vidrios de las ventanas y no lo deja ver pa fuera.

A un tal Peripecio Pilín se le apareció el desgano de atrás de un árbol, pa un mediodía calurosos, por que el desgano se da mucho con la calor.

De un saludito se le trepó al anca del caballo y se dejó llevar.

Es lo que tiene, le gusta dejarse llevar.
Peripecio no le hizo mucho caso, por que era un desgano chiquito, como quien dice un pichón de desgano.

Cuando llegó a su rancho dentró y atrás el desgano, arrastrando los pieses.

El hombre no le hizo caso, pero cuando quiso acordar, en un descuido, el desgano se le sentó en el banquito de tomar mate.

Estuvo a punto de volarlo de un moquete, pero lo pensó un momento y se le fueron las ganas.
Otro de los peligros del desgano es que es mimoso.

Se acercó a los pieses del hombre, le lambetió las alpargatas, y se le fue trepando, silencioso, acariciante, medio pegote, Peripecio lo estuvo por bajar de un manotón, pero se quedó en el amague por que se le fueron las ganas.

Cuando quiso acordar, el desgano lo estaba empujando pal catre.

No era hora, pero, por no tener cuestiones, se dejó arrastrar.

Al otro día estaba incapacitau de levantarse y el desgano le pintó el rancho de gris, se lo forró de corcho pa que no escuchara el canto de los pájaros, y le empañó los vidrios de las ventanas pa que no viera pa fuera.

Pero el desgano también tuvo su momento de descuido.

A Peripecio se le aclaró un instante la mollera, y se dió cuenta que tenía que luchar contra el desgano.

Apenitas si le quedaba una pizca de voluntá, por que el resto se la había ido devorando el desgano que cada día se ponía mas gordo.

Otra cosa que tiene el desgano: es de fácil engorde. ¡Es de goloso…! Diga que el hombre se prendió al pedacito de voluntá que le quedaba, salió pa fuera a los tumbos, lo encandiló la luz del día, agarró un hacha y se puso a cortar leña con furia.

A cada hachazo pegaba un grito pa darse coraje, y con tanto grito el desgano se retorcía, se revolcaba, hasta quedar hecho una porquería, y salía haciendo muecas de dolor y de rabia.

Después Peripecio les fue a avisar a los vecinos, pa que se cuidaran de un desgano que andaba rondando por el pago, pa que no se les fuera a meter en los ranchos, y de ser posible, que lo mataran de chiquito.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *


*