Una historia olvidada

Una historia olvidada

Por Hugo Bervejillo

        Hace ya muchos años, el profesor Guido Castillo establecía una diferencia de enfoques entre la literatura griega y la cristiana medieval: mientras que para los griegos los dioses eran semejantes a los humanos- en sus virtudes y defectos-, para la cristiandad, los humanos estaban hechos a semejanza de su Dios. Concepto de orden teológico que -más allá de su admirable intención-, no deja de ser refutado una y otra vez en la historia del mundo, subsiguiente.

        En 1894, el agregado militar alemán en París escribía abundante y descuidadamente en su escritorio sobre todo tipo de tópicos. Incluida su relación homosexual con varios otros oficiales compatriotas, y las tareas de espionaje que le incumbían. Se llamó Max von Schwartzkoppen.

        Soberbio y confiado, fue fácil presa de su mucama, que era en realidad agente de inteligencia francesa. Así se supo que  alguien del Estado Mayor francés vendía secretos militares a Alemania. Y firmaba con una “D”.

        Un simple recuento reveló que el único que poseía una “D” en su nombre era el capitán Alfred Dreyfuss. Y era judío, tradicional objeto de desprecio.

        El 19 de diciembre de ese año, Dreyfuss fue sometido a Consejo de Guerra, aunque no había ninguna prueba que pudiera condenarlo; razón por la cual se falsificaron las necesarias – las realizó el coronel Hubert Henry: lo confesó en la carta que justificaba su suicidio, en 1916-. Se le condenó por alta traición y se le confinó en la Isla del Diablo, situada frente a Cayena, Guayana francesa.

        En 1896- año y medio después- la inteligencia francesa encontró las pruebas de que el responsable de aquellas filtraciones y que firmaba con la misteriosa “D”, era, en realidad, el mayor Ferdinand Walsin Esterhazy, descendiente de una familia de la nobleza húngara, con notorias vinculaciones en los círculos de poder, del Ejército y de la Iglesia. A pesar del intento de “encajonar” la noticia, ésta se filtró a la gran prensa, y Esterhazy debió ser juzgado. Éste se llevó a cabo el 11 de enero de 1898, pero la corte marcial, sin muchas palabras y en pocos minutos, lo declaró inocente.

        El escándalo ameritó que un escritor renombrado- Emile Zola- escribiera una indignada carta de denuncia. Su editor, el viejo diplomático Georges Clemenceau, la intituló “J´Acusse!” (Yo acuso!)

        La conmoción popular que generó ésto trajo como consecuencia que se reviera la causa de Dreyfuss (en 1899 lo sacaron de aquella cárcel siniestra, volvieron a juzgarlo y volvieron a condenarlo, aunque más generosamente: por 10 años; lo salvó el perdón  presidencial de Louis Lubet); que se reviera (y y quedara finalmente estatuída) la separación de la Iglesia del Estado;  y se afianzara el poder de la prensa como formadora- y eventualmente manipuladora- de la opinión pública, hasta consagrarse como “cuarto poder”.

        Pero también eclosionó la polarización del sentimiento antijudío: por un lado, fue argumento decisivo para Theodor Herzl, que a partir de este ejemplo concluyó que ninguna sociedad aceptaría integrarse con los judíos, y de allí nació la idea de fundar el movimiento sionista, tendiente a constituir un Estado propio.

        Y también, pero en sentido opuesto, los grupos de opinión que había movilizado y exacerbado otra prensa, fueron creando un caldo de cultivo para el ultranacionalismo y su conclusión infame, el nazismo. En 1935, en los escritorios de la fábrica L´Oreal, se funda el Partido Nacional Revolucionario, tristemente conocido como “La Cagoule” (la Capucha), cuyo propósito era la acción violenta antisemita, anticomunista, antirepublicana: uno de sus líderes, Charles Maurras, posteriormente fue activo colaborador del ejército nazi, y hasta viajó a combatir a la URSS (como casi 100.000 franceses más) con uniforme alemán.

La fundación de La Cagoule se produjo en diciembre de 1935, el año en que falleció Dreyfuss.

En lo tocante a éste, después de liberado no dejó de insistir en su inocencia y finalmente consiguió- en 1906- que el Tribunal Supremo de Apelaciones limpiara su nombre y lo exonerara de todo cargo.

En 1930 se publicaron los papeles póstumos del Schwartzkoppen, que lo reivindicaron por completo, demostrando, de paso, la culpa de Esterhazy y la saña hipocrita de la cúpula militar francesa.

Desde entonces, el Hombre no ha cambiado como para parecerse a un dios: la máquina de la guerra, las apetencias de mercados y las usinas de ortodoxias no mejoraron para nada aquel mundo de hace ciento veinte años: cambiaron las banderas y los territorios y se agrandaron los abismos, los racismos y los blancos de las bombas.

Las armas letales se multiplican mucho más que los panes y los peces, y existen sociedades, que no obstante su riqueza aparente, siguen caminando por el desierto.

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